Banderas de nuestros padres

Qué nos identifica y convierte en seres diferenciados y parte de un colectivo?, ¿Cuál es el factor identitario que nos marca y distingue?, ¿Por qué nos adscribimos a un grupo u otro?
El desarrollo de nuestra identidad depende de nuestra naturaleza, la que heredamos de nuestros padres y éstos de los suyos, hasta el principio de los tiempos.
Una parte esencial depende de la herencia genética. Compartimos con nuestros parientes una configuración semejante y una parte muy considerable de nuestros 50.000 genes.
Sin embargo, hay otros muchos aspectos de nuestras vidas que dependen de otra herencia, la educación, la cultura, la experiencia compartida, etc. Y esto va desde los hábitos de vida, la alimentación, a las preferencias por el clima o gustos por la belleza.
Estas diferencias culturales también afectan a nuestra forma de afrontar o describir nuestras enfermedades, nuestra sensibilidad al dolor y, probablemente, nuestra propensión a padecerlo de una u otra manera distinta.
En el año 2007 Clint Eastwood, uno de los directores-actores más apreciados de los últimos años, realizó un ejercicio de creación hablando de un momento histórico en la II Guerra Mundial, la Batalla de Iwo Jima, decisiva en esta conflagración, donde una pequeña isla se convirtió en elemento crucial para definir el curso de los acontecimientos. Rizando el rizo, realizó dos versiones de los hechos, buscando reflejar el punto de vista de cada uno de los contendientes. Interesante intento, pero no del todo satisfactorio.
Aquella batalla, los soldados americanos levantando su bandera, fueron utilizados por los voceros oficiales como elemento propagandístico que permitiera justificar la financiación de su desarrollo posterior. Se identificó un hecho aislado con una conciencia de grupo en pos de un objetivo colectivo.
En estos días hemos vuelto a encontrar a varios de los herederos de aquellos acontecimientos alrededor de la Cúpula de Hiroshima.
Nadie ha pedido perdón y nadie ha explicado las razones, pero todos han entendido, hemos entendido, el terrible dolor de los otros, la enorme devastación que provocó semejante explosión.
Si pensamos en algo más cercano, es el caso de cuando mueren en carretera todos los miembros de una familia, o los ocupantes de un autobús de turistas, o los inmigrantes en un barco-patera. Es difícilmente imaginable el dolor de más de 80.000 personas muriendo simultáneamente y otras tantas en los siguientes meses, como toda la población de Segovia sin dejar rastro..
Sin duda, se debió de producir una enorme perturbación de la fuerza o de las energías cósmicas que fueren. Quizá acortó un conflicto que hubiera generado más muertes. Tal vez fue la manera de torcer la resistencia de unos tiranos, pero fue eliminando miles de vidas y generando una herida que sigue en proceso de cicatrización.
En otros momentos, con menos intensidad, también se producen episodios de dolor. Cuando unos ganan y otros pierden. Y se nos plantea la pregunta de ¿por qué defendemos estos colores? o, como el niño de la famosa campaña, “¿por qué somos de ese equipo?”
No es fácil contestar. Muy probablemente, nuestra educación, lo que hemos visto, el ejemplo que nos han transmitido, es la principal razón. Es la misma causa que explica la manera en la que vivimos otras percepciones y emociones como el dolor
La forma de vivir el dolor también se aprende: reconocemos lo que nos va bien; lo que nos va mal; reconocemos lo que es beneficioso; lo que es nocivo; identificamos la manera en la que hay que manifestar ese dolor; etc.
El dolor es un fenómeno fisiológico, pero también cultural, lo mismo que otras manifestaciones y, por tanto, también está implicado en ellas, tiene una melodía desgarrada, los colores del sufrimiento o el claroscuro de la vida, tiene la rima del verso o la sordidez de la prosa…
Sin duda, el discernimiento individual nos lleva a tomar decisiones o partido de forma personal, pero la educación y la tradición también justifica en gran medida nuestro comportamiento.
Así pues, la educación y la genética son las responsables de nuestras respuestas emocionales y nuestros juicios críticos, por no hablar de la epigenética o la microbiota, nuevo agente implicado en la forma de justificar nuestras emociones o estados de ánimo.
Sea cual fuere sea la razón por la que elegimos uno u otro lado, seguimos siendo seres humanos y, por tanto, iguales en derechos y consideración. No está de más recordarlo en días como hoy y siempre que sea necesario.
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No solo de la educación y la genética, si no de cómo se ha vivido; la experiencia de situaciones marca, a veces, el rumbo de todas nuestras elecciones y live motive.
El dolor crónico tbm parte de una experiencia desconocida y la gestión y empoderamiento multidisciplinar del paciente transformará su experiencia en un aprendizaje y gestión satisfactoria; aprender a convivir con ese lastre, o por el contrario en una pésima experiencia en la que entrando en bucle afecte a todo su entorno viviendo, pues, todo ello una EXPERIENCIA, negativa y con impriming para la posteridad.